Molinos

Gigantes en Castilla

segunda-feira, 14 de setembro de 2009

Al compás del chacachá

Los viajes en tren pueden llegar a ser inspiradores... si te toca ir sentado del lado de la ventanilla. Si  no es el caso (como no fue el caso) te ves condenado, como yo, a intercalar momentos de sueño sumergidos en música clásica del reproductor mp3 para relajarte (aunque el hecho de que se te caiga el auricular cada vez que cambias la posición de tu cabeza no ayuda a que el sueño sea placentero) con películas de tren (o de autobús, que iría mi querido Iñaki). En el Talgo de Vigo a Madrid fueron dos, o por lo menos yo fui consciente de dos: High School Musical y otra de Eddie Murphy; pero como en Superdetective en Hollywood, no (esa aún tenía su gracia), esta era más del estilo Vampiro en Brooklyn: pseudo ciencia-ficción barata en que en las únicas dos escenas que vi se podía observar primero como nuestro amigo Eddie engullía una docena de perritos calientes gracias a unos cutres (cutrísimos) "efectos especiales" y segundo como se le desprendía un pie para salir volando al espacio exterior donde le esperaban más individuos de su "raza" (Steve Carell, Owen Wilson, Adam Sandler...)
Además, hasta llegar a Zamora, el vagón era un espacio cómodo y respirable, después aquello se convirtió en un barracón. 
El acento (ay, ¿me puedes sujetar estooo?) y las largas (interminables) planicies amarillentas por las que atravesamos al pasar Ourense daban fe de que estábamos en Castilla, sin duda. A mi derecha, una exhuberante mexicana con las uñas postizas rosa metalizado (a juego con pulseras y collares) no paraba de recibir llamadas de teléfono, pero al llegar a Ourense tuvo que abandonar su asiento al lado de la ventanilla para sentarse donde le mandaba el billete: sin ventanilla y marcha atrás. En su lugar, un calvo viejo y gordo y la que parecía ser su madre: arrugada y engalanada hasta las cejas. ¡Bah! Las conversaciones de la muchacha de las uñas postizas (me) alegraban mucho más la travesía. 
Pero, como he dicho, la estación clave fue Zamora:
  • Mujer. Alrededor de 50 años. Tinte caoba mal dado y blusa azul eléctrico con flores blancas. Lleva lo que parece un chucho en un cajetín también azul. El animalito no ladra (ni maúlla, ni gruñe), o tengo el volumen demasiado alto. 
  • Mujer. 25 años. Pijita castellana. Llegado un momento le recojo la funda de las gafas que se le había caído al suelo y me da las gracias sin mirarme a los ojos, ni una mueca que se acerque a lo que puede ser una sonrisa. Habla por el móvil sobre su amiga Gema, que ha decidido casarse para irse a vivir a Segovia con su marido. Anda que no lo hemos pasao bien Bema, Virgi y yo saliendo... Una vez más, la chamaca era mucho más agradable. 
  • Hombre. 40 años. Con gafas y cara de panoli, mira la tele que tengo detrás de mi cabeza con la boca abierta... para ver a Eddie, claro. Al principio pienso que me mira a mí y me inquieta. Más tarde me doy de que lleva estos cascos con que Renfe nos ha obsequiado muy amablemente para ver a Eddie Murphy, repito. Al llegar a Segovia (de donde es el futuro marido de Gema, ¿recuerdas?) responde a una llamada (¿cómo sería viajar en tren cuando no existían los celulares?) y su voz suena ronca, su acento fuertemente marcado (de Castilla, claro), por lo que a la señora de las largas raíces grises se le escapan unas risitas de colegiala.
  • Mujer. 35 años. Lee a Stieg Larson. No consigo ver  con claridad el título del libro, pero en la portada se puede deducir el dibujo de esa mujer en rojo tan característico de estas obras. Además el el título parece muy largo, del tipo: La chica que se cayó al pozo con su vestido de Versace y sin bragas. Tendré que empezar con esta maldita trilogía. 
  • Mujer. 20 años. Mi compañera de asiento. La que se llevó la ventanilla (maldita). Todo lo anterior lo pude ir escribiendo en el tren, aunque la descripción de esta última no, porque notaba su mirada leyendo por encima de mi hombro. Un poco incómodo, sí. Hablaba como la típica madrileña (como que conozco a muchos madrileños, sí) con frases del tipo ¿pero ha ido mucha peña?, mola mazo, tronco y similares (más cerca de Belén Esteban que de la típica madrileña, me da a mí). A pesar de mis amables sonrisas (pronvincianas*) no parecía dispuesta a hacerse amiga mía en un viaje de casi nueve horas. 
Y así llegué a Chamartín, pero esta es otra aventura. 
Dentro de 45 minutos veré mi primer piso en Madrid que, por cierto, desconcierta. 


*provinciano: Dícese de aquel que está a favor o simpatiza con la hermosa parroquia de Vincios.

2 comentários:

  1. Completamente a favor de la hermosa parroquia de Vincios.

    - Tanya, cuando te aburras dedícate a escuchar las conversaciones ajenas. Pero siempre con disimulo.
    - Yo no soy de esas, llevo mi música, un libro y tengo la merienda en la mochila...

    ¡Aaaay! 10 horas son muchas horas de lectura, música y cine, que donde esté "Ducks" que se quiten todos los clásicos de autobús.

    ¡Qué bien lo hicimos!

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  2. Je, cuando tienes razón, hay que dártela.

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a ver, princesa, dime...