Adicciones y otras historias 1 [2]

Las adicciones audiovisuales se han convertido en mis favoritas, y en las más peligrosas.
Una serie de televisión, por ejemplo. Estás tu casa, toda la semana esperando a que llegue el martes para volver a verlo. Escuchar la música de cabecera es el pitillo de después de comer. Como sea un capítulo repetido, te quedas con un sabor de boca como de... sí, así mismo.
Pero están las otras series. Esas que no puedes dejar de ver, que miras las primeras tres temporadas en dos semanas y aún quieres más y más. Al final, te quedan tres capítulos para el fin y te resistes a pensar que puede terminar y los tienes guardados en tu ordenador, en una carpeta que pone FIN.
Y como no sólo de buenas series vive el hombre, también te enganchan (que maravillosa metáfora) las cutronas, de humor facilón y argumenos chabacanos. Sacian tu sed de cotidianidad y tu hambre de risas garantizadas con situaciones graciosas y ridículas. Vuelves a casa sudando después de subir tres pisos (pensando lo bien que te haría dejar el VICIO) y en lo primero que haces es abrir la carpeta que pone ARCHIVOS DESCARGADOS y comprobar que, efectivamente, vuelves a tener tu ración de veinte minutos de evasión.
A lo grande, el cine. Lo último ya es ver la misma película en tres idiomas diferentes para analizar los doblajes o subtitulados.
A lo cubano, la música. Sí, ya sabes a lo que me refiero, a escuchar el mismo disco o bien, horror de los horrores, la misma canción durante horas, que acaban muriendo de puro tedio después de que le des al play por vigésima vez a Last Nite.


Y es que no hay como ocupar la mitad de tu vida en cosas inútiles, directas a los sentidos.