Tanya, ¿la desequilibrada?

Gracias a Dios, me he dado cuenta de que no soy la única tarada en este país. Los que decidieron el color de los nuevos semáforos de Vigo, desoyendo totalemente la encuesta que circuló por Internet durante un tiempo, también lo están. Los editores de El País Semanal, dedicándole no sólo una portada sino todo un reportaje a la Esteban, otro tanto de lo mismo. Lós académicos dé lá RAE én sú afán pór eliminár acéntos séan ó nó útiles, se han vuelto tururú. Mi padre y su manía de no encender la calefacción y convertir mi casa en la Gran Nevera 10 y hacer que cenemos en la cocina (a donde el calor de su flagrante nueva chimenea) con el edredón por encima.

Yo que me creía especial y pensaba que todo el mundo era perfectamente cabal, que a nadie se le iba la olla a cotas por debajo de los 300 metros. Pero seamos realistas, ¿a qué ser mínimamente cuerdo se le ocurre pasarse casi dos semanas de su año comiendo y bebiendo como si existiera mañana sino es para hibernar durante meses? ¿quién se gastaría dinero en lotería que no va a tocar, regalos que probablemente no vayan a gustar y que definitivamente no son necesarios o piña, piña, Santo Cielo, después de medio cordero en la ccomida de Navidad? Y es que las Navidades me gustan, pero eso de que el mundo no está majerata es una gran mentira: el mundo está tan demente que apetece The Office sea real y que Dwight Schrute pase la Nochebuena con nosotros.