I'm gonna start a revolution from my bed

No osaría nunca escribir sobre alborotos, revueltas y revoluciones. Por lo menos, no de las democráticas del Norte de África, aunque es alentador ver una suerte de Revolución Fracesa árabe. 

De la que sí estoy en disposición de hablar es de la que se está gestando en mis entrañas. Y antes de que os asustéis o alegréis (sé que Bego desearía que se estuviese gestando un sobrinito para ella), no, no estoy preñada. Pero estoy alborotada, cual chica ye-ye desde que hace un par de semanas me sorprendí delante del espejo del baño con el bote de desodorante en la mano interpretando (brillantemente, por cierto) un tema de mis tiempos de Erasmus. Días más tarde, no tenía dinero y se me volvió a agudizar el ingenio después de que llevase años totalmente obtuso. Hoy, he cobrado y lo único que quiero es pasear por Madrid, sacar fotos a portales decrépitos y buscarme el rincón más entrañable de esta ciudad. ¡Pasear! ¡Por Madrid! Si hace cinco grados al sol…

Sospecho que esto no acaba de empezar. He vuelto a quedarme sentada en los bancos mirando a las personas. (D) escribiéndolas. He vuelto a esa obsesión retorcida de inventarme historias sobre su pasado y a charlar con viejos borrados sobre lo perra que es la vida. En un par de semanas vendrán Andrea y el alemán y me recordarán que a fin de cuentas no soy más que una pequeña y asustadiza aprendiz de traductora, con pocas pretensiones, bastante imaginación y muchas ganas emborracharme.

Mi revolución es, en realidad, una involución: una vuelta al caos, a los excesos, al desorden. ¿Es una vuelta al Antiguo Régimen o es vivir en un estado de rebelión constante?