Molinos

Gigantes en Castilla

quarta-feira, 23 de março de 2011

Apatismo de otoño

Lena retrasaba la hora de llegar a casa lo más posible. Había dejado de sentirse cómoda varios meses atrás. No es que la tratasen mal, al contrario. No era algo que pudiese explicar, tal vez era que en el piso apenas había luz pasadas las seis de la tarde. Tal vez era la aversión inexplicable que había desarrollado hacia su compañera de piso. Tal vez sería se estaba empezando a enamorar de la ciudad que tanto había odiado al llegar a ella. Pero, en realidad no encontraba una razón definitiva, nada para explicas las horas y horas que pasaba en la calle, nada le impedía volver a su habitación. 
Se inventaba excusas para no volver. Que tenía que trabajar hasta tarde. Que tenía que ir al gimnasio. Que tenía que sacar fotos (?) de su barrio. Tampoco esas excusas convencían a nadie. 
Lena no quería hablar con nadie. Rehuía cualquier interacción social que supusiese más de media hora, o un café, o una caña. Ni hablar de salir a comer o cenar. 
Se encontraba bien sola. En la calle.
Un día se sentó en un banco de una plaza del centro. Empezó a llover. A lloverle encima. Lena no se movió porque echaba de menos la lluvia y se quedó allí, pensativa, sintiendo las gotas resbalar por su cuero cabelludo, cada vez más expuesto, se le caía el pelo. El agua empezó a calarle los huesos. Pero todavía era temprano para volver: estarían todos despiertos en el salón delante de la televisión como una familia. No quería a esa familia, se encontraba bien sola. Cuando empezó a temblar de frío a sentir como se le erizaba la piel, decidió que entraría en casa, saludaría educadamente. Se daría una ducha caliente, se masturbaría y se quedaría dormida. 
Así fue y al día siguiente, volvió a despertarse a las seis de la mañana, cogió el tren hasta la oficina y todo volvió a empezar.

1 comentário:

a ver, princesa, dime...