De bibliotecas y cremas reductoras

Me duele la cara de ser tan guapa. ¿Y a ti?

Vamos a ver, muñecas y muñecos. No es necesario llevar tacones para entrar en la biblioteca, ni polito lacós, ni camisa tomijilfiguer, ni ir maquilladas como puertas, ni oler a másimoduti, ni ir engominados hasta el carné de identidad, ni llevar el pelo plachado. No es un local del Arenal vigués, no os van a decir nada por llevar los calcetines blancos o por no conjuntar el cinturón con los zapatos y el bolso. No hay porteros hiperdesarrollados; hay bibliotecarias arrugadas.
¿A qué hora os levantáis para llegar como un pincel a la biblio? Yo apenas soy persona para ducharme sin caerme del sueño contra la mampara; no hablemos de pintarme la raya del ojo (que, para qué engañarnos, nunca se me dio bien)
En plena campaña preveraniega de productos adelgazantes, efecto drenaje, elimina la piel de naranaja, reduce la celulitis, reduce también el contorno (¿el qué?), comienzo de la operación bikini, alisa las arrugas, ¡no a los puntos negros!, ¡adiós a las canas!, me veo sumida en una biblioteca superficial, bolsos de Prada y Tous al canto y ¡a estudiar! ¿Para qué, queridos contertulios? ¿Estudiar para qué? No os engañéis, las barbis y los ken de peritos tienen razón de ser, no te van a mirar a los ojos, saludarte y sonreír ¡Hola, qué tal, cuánto tiempo! No, te mirarán el culo (que más te vale tener turgente y bien puesto) y te juzgarán por tu trasero.
Empieza la cuenta atrás y yo no paro de comer heladitos. ¡Ñam!