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quarta-feira, 5 de outubro de 2011

Anonimato

Por muy graciosa que me resulte la palabra (si contiene ano siempre va a ser una jauja), es un concepto complejo y sobre el que todavía no tengo una opinión o preferencia formada. 

Madrid es una ciudad con más de tres millones de anónimos, donde las posibilidades de cruzarte dos veces con la misma personas por las calles más céntricas es más que remota. Las personas que ven todos los días pasar los mariachis que tocan en Sol viejos sones de Vicente Fernández son perfectos desconocidos para todos y únicos, no volverán a pasar por el mismo lugar; los mariachis experimentan una sensación nueva y única con cada ciudadano que pasa por delante de ellos. 

Los barrios son otra cosa. Los barrios son de estar por casa, y nunca mejor dicho. En los barrios como Tetuán, la alienación es mucho menor, somos más conscientes de que, en efecto, somos. De repente tenemos un rostro al que mirar al comprar el pan, un cuerpo al que piropean los extraños, una voz de buenos días. En cierta medida, nos exponemos: ya saben dónde vivimos, a qué hora salimos de casa para trabajar, a qué hora volvemos o cuándo vamos al gimnasio (donde, por cierto y desgraciadamente para las lorzas posvacacionales, tampoco somos anónimos)

¿Es mejor pasar desapercibido entre miles y miles de desapercibidos? ¿Estamos deshumanizados, zombis obsesionados con colocarnos en el mejor andén del metro para poder llegar antes a nuestra guarida de asfalto?
Vendetta es lo que voy a pedir yo por lo de @albertpelias
Internet es como Madrid. En principio, nadie tiene por qué saber qué carajo haces escuchando a estos mariachis con sombrero, nadie te obliga a ser ónimo, no te preguntan quién eres, qué quieres, a qué has venido... Pero por un motivo u otro, lo acabamos diciendo. Acabamos expresando reflexiones más o menos absurdas sobre el anonimato y otras gaitas, hablando de nuestras experiencias en la ciudad donde vivimos, la que, por supuesto, nombramos e incluso dejando entrever (o exhibiendo directamente) ideologías políticas. Ayer, de vuelta del Decathlon con una amiga (y ojo a la cantidad de cosas que se pueden inferir de esta afirmación), era de lo que hablábamos. La forma en que nos exponemos a las miradas de no tres, sino de tres mil millones de internautas convirtiéndonos en un blanco más o menos fácil de alcanzar por los desconocidos. En ese momento, nuestros viajes se convierten en vox populi, todos conocen dónde trabajamos, con quién estamos, si estamos tristes, contentas, si nos duele la cabeza, ni vamos a trabajar en metro o andando, si tenemos Android o Iphone, si somos mujer u hombre. 

Y luego pasa lo que pasa, que nuestro tuitero favorito, @albertpelias, mordaz de profesión, se ha visto obligado a cerrar la cuenta por lo que suponemos ha sido una falta de anonimato. No se trata de que no puedas asumir tus palabras, como he leído por algún lugar de esta vasta red donde todo el mundo puede decir lo que quiera, incluso yo. Se trata de que si dejas de ser anónimo, lo que digas, seas, pienses o tengas queda a la vista de todos. Y probablemente lo que digas, seas, pienses o tengas no tenga la menor importancia, pero lo has mostrado y te has mostrado. Una vez te expones no puedes calcular realmente las consecuencias de tus palabras, no puedes saber hasta dónde van a llegar ni eres realmente consciente de lo que tienes que asumir. 

Sé perfectamente lo que me pasaría si me pasease por mi barrio desnuda. No soy una desconocida, el panadero se taparía los ojos y la chica de la droguería se reiría disimuladamente. ¿Qué pasaría si lo hiciera en Sol? 

1 comentário:

  1. La culpa de lo de albertpelias la tienen aquellos que lo acosaban y perseguían por la ciudad (chis pún)

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a ver, princesa, dime...