Aquel día solo podía escuchar su
pasado, acercándose peligrosamente a aquel dieciocho de marzo. A
aquella biblioteca impregnada de efluvios post-púberes de
estudiantes de primer curso.
Entre todo el legajo de papeles que le
faltaba por revisar, ninguno llamaba tan poderosamente su atención
como aquella hoja en blanco esperando a ser escrita.
Cuatro minutos exactos de pasado, que
decidió repetir una y otra vez durante horas; dejando pasar el
preciado tiempo que ya no tendría en meses, simplemente esperándolo.
Viendo cómo se acercaba, peligrosamente.
Se había dedicado a soplar niebla,
era sin duda el capitán cobarde de un barco naufragado. Su pasado ya
no se acercaba peligrosamente; su pasado se había convertido en el
único bote salvavidas, en la tabla que lo mantendría a flote.
El
peligro había volado, como vuela el olor a salitre a tierra firme.
El capitán cobarde maldijo su falta de valor, llegaba con siglos de
retraso. Y se dejó hundir.
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a ver, princesa, dime...