Antón se sentía al borde de hacer una locura. Días atrás había sentido la necesidad de pegar un frenazo con el coche, dar marcha atrás y tomar rumbo a sur. Seguro que hace mejor tiempo que aquí.
En efecto, el norte no parecía el paraíso prometido. Se había convertido un paisaje de lluvias perpetuas y soledad en el ojo de la vorágine. Las semanas de veinte horas y los festivos de cien lo habían convertido en un ser atolondrado, conducido por sucesos banales, insustanciales. Se acercaba el principio del fin y lo sabía.
El sur era la respuesta.
A veces no esta mal hacer caso al instinto. Después de todo ningún sitio es el paraíso prometido...
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