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Gigantes en Castilla

sexta-feira, 23 de agosto de 2013

Limpieza de borradores parte II

Entré en la parada de metro en Ópera, después de una larga caminata por el nuevo paseo del Manzanares. Llegué exhausta, con ganas de un sitio donde sentarme y dejar que el traqueteo del vagón me llevase hasta Cuatro Caminos. Dejé caer mi cuerpo sobre un asiento, cogí el mp3, me coloqué los cascos y alcé la mirada.
Allí la vi.
Tenía el cabello amarillo huevo, con unas raíces oscuras, tan oscuras que podía adivinarse que llevaba meses sin pasar por la peluquería o similar. Una fina capa de sudor cubría su cara y engrasaba su media melena de aspecto pajoso y sucio. Se iba pisando las ojeras; el cansancio... o la vida, a saber. Vestía una minifalda rosa chicle, una camiseta ajustada verde y unas alpargatas blancas de tacón imposible para una servidora acostumbrada a la planicie de las zapatillas deportivas.
Sin duda, lo que más llamaba la atención de aquella mujer eran las innumerables varices que surcaban sus flacas piernas. Decenas de venitas tenían de azul y morado el blancor de su piel. 
Paré de mirar a aquella mujer un año y medio atrás. No recuerdo dónde se bajó, ni el color de sus ojos, a qué olía. La había olvidado y ya estaba a cientos de kilómetros de allí.

A mil kilómetros de allí. 

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a ver, princesa, dime...