Tiene la cara alargada, como la sombra del ciprés, supongo. El pelo oscuro y duro termina en su frente con un remolino que le da aspecto de viejo actor de Hollywood. Los ojos ocultos y empequeñecidos tras unas gafas negras no paran de brillar mientras sus pupilas se pasean ansiosas por un manual de aviación. Mueve los labios diminutos y arrugados recitando la lección mientras agita las manos en el aire imitando los movimientos que haría a los mandos de un avión.
En ocasiones se enerva, resopla, maldice por lo bajo y frunce el ceño, achicando más sus ojos, mientras hojea el librillo nervioso y menea la cabeza de un lado a otro, de adelante a atrás al son de una música que, evidentemente, lo está distrayendo.
Pero sin duda, lo que hace de su cara un rostro verdaderamente genuino es su nariz. Su nariz, majestuosa y rotunda, larguilucha y casi deforme, es la guinda perfecta para una cara menuda al final de un metro ochenta y seis de hombre flacucho y espigado.
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a ver, princesa, dime...